Desde que el hombre es tal, ha jugado permanentemente con el valor
alegórico de los hechos y las palabras. Esto le ha permitido explicar
situaciones y momentos que de otro modo hubiera sido casi imposible
transmitir o entender.
“Alegoría, del griego allegorein «hablar
figuradamente», es una figura literaria o tema artístico que pretende
representar una idea valiéndose de formas humanas, animales o de objetos
cotidiano”, nos dice Wikipedia. Los mismos griegos que dieron origen al
término la utilizaron de forma elocuente en sus mitos, poemas épicos y
obras dramáticas.
Pero queremos traer dos obras más cercanas en
el tiempo que creo nos sirven para “figurar” lo que está ocurriendo en
nuestro país desde hace unos años, más precisamente, once.
La
misma enciclopedia virtual no dice que “Los viajes de Gulliver , es una
novela de Jonathan Swift, publicada en 1726. Aunque se la ha
considerado con frecuencia una obra infantil, en realidad es una sátira
feroz de la sociedad y la condición humana, camuflada como un libro de
viajes por países pintorescos (un género bastante común en la época)”.
Y continúa “El capitán Lemuel Gulliver se encuentra en situaciones
paradójicas: es un gigante entre enanos, un enano entre gigantes y un
ser humano avergonzado de su condición en una tierra poblada por
caballos sabios que son más humanos que los propios hombres y
desconfían, con razón, de éstos”.
La otra obra literaria sobre la
que queremos posar la mirada es la de un autor latinoamericano.
Nuevamente recurrimos a Wikipedia para resumir: “Macondo es un pueblo
ficticio descrito en la novela Cien años de soledad (1967) del
colombiano, premio Nobel de literatura, Gabriel García Márquez”.
Sobre el significado de “Macondo”, encontramos un par de referencias:
“La primera, y al parecer la más importante, señala que Macondo era el
nombre de la hacienda bananera (en la que vendían bananas) Nuestra
Señora del Espíritu Santo de Aracataca, propiedad de Manuel Dávila
García, ubicada sobre el río Sevilla, cerca del pueblo homónimo”.
Recordemos que Aracataca es el pueblo en el que nació el gran Gabo,
recientemente fallecido.
“Del mismo modo –sigue la virtual
explicación-, se señala que Macondo, y al parecer este sería el origen
de la palabra en tierras americanas, es un fitónimo de origen bantú para
plátano. Macondo provendría de makonde, que es el plural de likonde,
voz con la que se designa al fruto prenominado en la milenaria lengua
centroafricana y que literalmente significa ‘alimento del diablo’”.
La última consulta que realizamos a la enciclopedia es sobre un
término, que se encuentra relacionado con la novela de García Márquez y
que a veces se repite sin conocer su origen o significado: “República
bananera es un término peyorativo para un país que se ha considerado
como políticamente inestable, empobrecido y atrasado, cuya economía
depende de unos pocos productos de escaso valor agregado (simbolizados
por las bananas), gobernado por un dictador o una junta militar, muchas
veces formando gobiernos forzosa o fraudulentamente legitimados”.
Y bien, ¿dónde aparece nuestra alegoría a partir de estas dos
obras literarias aparentemente inconexas? Desde luego, aclarando que es
un juego de quien lo escribe, ¿no? A ver:
Néstor y Cristina
Kirchner han sido navegantes de un barco repleto de sueños (no de
bananas), que debió atravesar tormentas espantosas disfrazadas de
destino pero generadas siempre desde el odio, las que se llevaron a
excelentes capitanes, quienes por suerte dejaron semillas que de tanto
en tanto reaparecen venciendo la marea del olvido.
Por la fuerza
de las convicciones, la memoria y la experiencia, estos dos personajes
pasaron a ser tripulantes de ese barco maltrecho pero digno, que
siempre estuvo protegido por unas señoras ancianas, sabias y de pañuelos
blancos en sus cabezas, el cual llegó a las orillas de la tierra
original, la amada, la usurpada por tiranos de afuera y de adentro.
Esa tierra había sido arrasada por dictadores de uniformes y de trajes,
traidores todos a su pueblo, y transformaron en enanos a sus
pobladores, en sabios a sus caballos y en Bananera a su República,
palabra esta última prostituida por la repetición sin sentido, la que
aún hoy llena la boca de sus pretendidos continuadores, herederos o
meros alcahuetes.
Cuando Néstor y Cristina desembarcaron con sus
diezmadas huestes fueron vistos como gigantes y por ello amenazados,
cercados, puestos a prueba todo el tiempo, criticados, acosados y
acusados por los dueños del alimento del diablo: la supuesta
información. Tanto y tan ferozmente que a uno de los capitanes, Néstor,
no le resistió el amoroso corazón.
Pero en su lugar quedó
Cristina, tanto o más valiente capitana que él. Y ya desde Néstor los
pobladores comenzaron a crecer, a dejar de ser enanos, a dejar de
hacerles caso a los caballos disfrazados de sabios y a pensar por sí
mismos. Y con Cristina tampoco paran de hacerlo.
Eso tiene
consecuencias: la carroña extranjera quiere volver a las bananas como
único producido, al enanismo popular, al ensalzamiento de los caballos, y
para eso cuenta con los rastreros animales de adentro.
No obstante, parece que llegan tarde.
Alguien pequeño puede crecer; pero alguien que ha crecido, alguien que
mira desde más arriba, alguien que luego de mucho tiempo y sufrimiento
es reconocido, visibilizado, dignificado en su nueva estatura; ése se
hundirá con el barco junto a su capitana, si es necesario, pero no va a
dejar que se lo vuelvan a llenar de bananas.
Sin caballos, sin bananas...
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