domingo, 28 de septiembre de 2014

DE MACONDO A LILLIPUT, LA PARÁBOLA DEL KIRCHNERISMO (por Pablo Mattesz)

Desde que el hombre es tal, ha jugado permanentemente con el valor alegórico de los hechos y las palabras. Esto le ha permitido explicar situaciones y momentos que de otro modo hubiera sido casi imposible transmitir o entender.
“Alegoría, del griego allegorein «hablar figuradamente», es una figura literaria o tema artístico que pretende representar una idea valiéndose de formas humanas, animales o de objetos cotidiano”, nos dice Wikipedia. Los mismos griegos que dieron origen al término la utilizaron de forma elocuente en sus mitos, poemas épicos y obras dramáticas.
Pero queremos traer dos obras más cercanas en el tiempo que creo nos sirven para “figurar” lo que está ocurriendo en nuestro país desde hace unos años, más precisamente, once.
La misma enciclopedia virtual no dice que “Los viajes de Gulliver , es una novela de Jonathan Swift, publicada en 1726. Aunque se la ha considerado con frecuencia una obra infantil, en realidad es una sátira feroz de la sociedad y la condición humana, camuflada como un libro de viajes por países pintorescos (un género bastante común en la época)”.
Y continúa “El capitán Lemuel Gulliver se encuentra en situaciones paradójicas: es un gigante entre enanos, un enano entre gigantes y un ser humano avergonzado de su condición en una tierra poblada por caballos sabios que son más humanos que los propios hombres y desconfían, con razón, de éstos”.
La otra obra literaria sobre la que queremos posar la mirada es la de un autor latinoamericano. Nuevamente recurrimos a Wikipedia para resumir: “Macondo es un pueblo ficticio descrito en la novela Cien años de soledad (1967) del colombiano, premio Nobel de literatura, Gabriel García Márquez”.
Sobre el significado de “Macondo”, encontramos un par de referencias: “La primera, y al parecer la más importante, señala que Macondo era el nombre de la hacienda bananera (en la que vendían bananas) Nuestra Señora del Espíritu Santo de Aracataca, propiedad de Manuel Dávila García, ubicada sobre el río Sevilla, cerca del pueblo homónimo”. Recordemos que Aracataca es el pueblo en el que nació el gran Gabo, recientemente fallecido.
“Del mismo modo –sigue la virtual explicación-, se señala que Macondo, y al parecer este sería el origen de la palabra en tierras americanas, es un fitónimo de origen bantú para plátano. Macondo provendría de makonde, que es el plural de likonde, voz con la que se designa al fruto prenominado en la milenaria lengua centroafricana y que literalmente significa ‘alimento del diablo’”.
La última consulta que realizamos a la enciclopedia es sobre un término, que se encuentra relacionado con la novela de García Márquez y que a veces se repite sin conocer su origen o significado: “República bananera es un término peyorativo para un país que se ha considerado como políticamente inestable, empobrecido y atrasado, cuya economía depende de unos pocos productos de escaso valor agregado (simbolizados por las bananas), gobernado por un dictador o una junta militar, muchas veces formando gobiernos forzosa o fraudulentamente legitimados”.
Y bien, ¿dónde aparece nuestra alegoría a partir de estas dos obras literarias aparentemente inconexas? Desde luego, aclarando que es un juego de quien lo escribe, ¿no? A ver:
Néstor y Cristina Kirchner han sido navegantes de un barco repleto de sueños (no de bananas), que debió atravesar tormentas espantosas disfrazadas de destino pero generadas siempre desde el odio, las que se llevaron a excelentes capitanes, quienes por suerte dejaron semillas que de tanto en tanto reaparecen venciendo la marea del olvido.
Por la fuerza de las convicciones, la memoria y la experiencia, estos dos personajes pasaron a ser tripulantes de ese barco maltrecho pero digno, que siempre estuvo protegido por unas señoras ancianas, sabias y de pañuelos blancos en sus cabezas, el cual llegó a las orillas de la tierra original, la amada, la usurpada por tiranos de afuera y de adentro.
Esa tierra había sido arrasada por dictadores de uniformes y de trajes, traidores todos a su pueblo, y transformaron en enanos a sus pobladores, en sabios a sus caballos y en Bananera a su República, palabra esta última prostituida por la repetición sin sentido, la que aún hoy llena la boca de sus pretendidos continuadores, herederos o meros alcahuetes.
Cuando Néstor y Cristina desembarcaron con sus diezmadas huestes fueron vistos como gigantes y por ello amenazados, cercados, puestos a prueba todo el tiempo, criticados, acosados y acusados por los dueños del alimento del diablo: la supuesta información. Tanto y tan ferozmente que a uno de los capitanes, Néstor, no le resistió el amoroso corazón.
Pero en su lugar quedó Cristina, tanto o más valiente capitana que él. Y ya desde Néstor los pobladores comenzaron a crecer, a dejar de ser enanos, a dejar de hacerles caso a los caballos disfrazados de sabios y a pensar por sí mismos. Y con Cristina tampoco paran de hacerlo.
Eso tiene consecuencias: la carroña extranjera quiere volver a las bananas como único producido, al enanismo popular, al ensalzamiento de los caballos, y para eso cuenta con los rastreros animales de adentro.
No obstante, parece que llegan tarde.
Alguien pequeño puede crecer; pero alguien que ha crecido, alguien que mira desde más arriba, alguien que luego de mucho tiempo y sufrimiento es reconocido, visibilizado, dignificado en su nueva estatura; ése se hundirá con el barco junto a su capitana, si es necesario, pero no va a dejar que se lo vuelvan a llenar de bananas.

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